sábado, 8 de marzo de 2025

El día de la mujer ¡No sois invisibles!

 




¡No sois invisibles!

Desde siempre, las mujeres han sido el hilo invisible que trenza mi historia. Me han acompañado con la sutileza de una brisa que mueve las hojas sin que el árbol lo advierta, con la constancia del agua que, sin prisa, modela la roca.

Crecí creyendo que la igualdad era el estado natural del mundo, como si el equilibrio entre hombres y mujeres fuese una verdad inquebrantable. Pero la vida me mostró que no todos los caminos estaban tan bien trazados como el mío. Aun así, si algo aprendí de ellas es que no necesitan que el sendero sea fácil; si hay piedras, saben sortearlas, si hay muros, encuentran la forma de atravesarlos. La fuerza de la mujer no es estruendo, es resistencia. Es la paciencia de las olas que, tarde o temprano, desgastan el acantilado para que la costa se abra paso.

Pero esa resistencia ha sido puesta a prueba una y otra vez por un mundo que se empeñado en someterlas. La historia está llena de nombres que fueron oscurecidos por el miedo de nosotros, los hombres, a perder nuestro trono de supremacía. Podría nombrar a tantas, que me faltaría saliva. Mujeres como Rosa Parks, Clara Campoamor y Frida Kahlo han luchado por la igualdad, los derechos civiles y la educación de las mujeres. Mujeres que no se resignaron a ser notas al pie de página en un relato escrito por hombres.

Pero la historia no se reduce a los grandes nombres, ni mucho menos: taxistas, camareras, reponedoras, policías, doctoras, maestras, amas de casa y toda la lista de oficios que, al igual que un hombre, son capaces de desempeñar. Pasan frío, se enfrentan a peligros, aguantan desigualdades, risas, humillaciones, quizás no más que algunos hombres, e igual que cualquiera buscan ser reconocidas, aunque esos aplausos a veces tardan en llegar. Cada una, en su trinchera, demuestran que el mundo avanza también gracias a ellas y en muchos casos, sólo gracias a ellas. Porque cuántas cosas son posibles por su esfuerzo extra, y que con miles de pequeños pasitos cubren grandes retos. En ocasiones se hacen invisibles, y no las queremos ver, pero están ahí cuidando de nuestra sociedad, y sin reivindicar esos derechos que parecen obligaciones impuestas por la HISTORIA de la Humanidad y no su labor entregada y pocas veces valorada en su justa medida.

Yo me he sentido afortunado de crecer en un universo donde la sororidad no era una consigna, sino un lenguaje silencioso, un lazo invisible que unía miradas y gestos. Las he visto sostener el mundo con un equilibrio que desafía la gravedad. Se adaptan sin doblegarse, ceden sin rendirse, aprenden sin olvidar. Ellas han sido mis maestras sin proponérselo, mostrándome que la fortaleza no está en quien impone su voluntad, sino en quien sabe transformarse sin perder su esencia.

El tiempo me enseñó que la resiliencia es un arte que las mujeres dominan sin alardes: en la familia, en el trabajo, en la amistad, en la maternidad y en cada rincón donde han dejado su huella. Son el refugio en las noches frías y la brisa en los días de asfixia. Son la voz que calma y el grito que revuelve conciencias. Son las manos que sanan y las que empujan cuando el miedo paraliza.

Pero esa fortaleza no ha sido inmune al castigo. El mundo ha usado la violencia como su forma más cruel de sometimiento. La violencia de género, el femicidio, el abuso físico y psicológico son las cicatrices de un sistema que aún busca mantenerlas en la sombra. A lo largo del tiempo, miles han sido silenciadas de la peor manera: con la muerte. Incontables mujeres que hoy, en cada rincón del planeta, siguen cayendo víctimas de la misoginia que se niega a extinguirse. ¡Basta, estoy harto de negar lo evidente! Lo podéis llamar como os plazca, como os venga en gana, pero es violencia y una violencia que se extiende desde siglos, y que hoy, en la puñetera actualidad, sigue llenando nuestras retinas de muerte. Noticias que, día tras día, manchan de sangre y llenan los cementerios con cuerpos que han dejado de respirar por esa mano que cree que es superior a su víctima.

A través de ellas entendí que el amor no es posesión, sino entrega. Que la ternura no es debilidad, sino fuerza. Que la empatía no es sumisión, sino una forma sutil de cambiar lo que nos rodea. En cada historia que sucede, en cada mirada que me sostuvo, en cada gesto que me enseñó sin necesidad de palabras, encontré un mapa para entender la vida.

Viví en un espejismo donde la justicia parecía un suelo firme, hasta que los años desgastaron la venda y entendí que, fuera de mi oasis, la historia ha tratado de silenciarlas. Pero las mujeres nunca han necesitado pedir permiso para existir. Han hablado en susurros cuando las querían calladas y han alzado la voz cuando el mundo necesitaba despertar.

Pero no quisiera solo hablar de lo que falta, sino de lo que siempre ha estado ahí. De la manera en que han cincelado la historia sin esperar gratitud, de su forma de sostener el mundo con las manos desnudas y hacerlo girar sin exigir reconocimiento. Porque la fortaleza no siempre es un rugido de guerra; a veces, es una voz pausada que, sin prisa, cambia el rumbo del universo. He aprendido que su mayor don no es solo adaptarse, sino transformar, hacer del mundo un lugar más habitable sin pedir permiso. Y por eso, cada día, agradezco haber crecido a la sombra de su grandeza.

La sensibilidad femenina es un faro de luz en un mundo, a menudo marcado por la prisa y la indiferencia. Es esa capacidad única de sentir lo que otros callan, de percibir las pequeñas fracturas del alma y tender una mano suave para sanar. Las mujeres, con su delicada empatía, son guardianas del amor en sus formas más puras; no solo como madres, hijas o amigas, sino como seres que entienden el peso del silencio y el consuelo de una palabra justa. Su corazón, profundamente conectado con el sufrimiento ajeno, no teme abrirse para abrazar el dolor de los demás, sin pedir nada a cambio, simplemente porque en su esencia reside la fuerza de dar sin medida. Esa sensibilidad es un acto de valentía constante, una prueba de que el verdadero poder radica en ser capaz de sentir y, aun así, seguir adelante con esperanza.

Desde hace años, han surgido nuevas preocupaciones, esta vez como padre. Pienso en mi hija, en el futuro que la espera, y quiero creer que la historia nos ha servido de lección. Que el camino que recorreremos no es en vano, que todas las luchas libradas han sido la base sobre la cual ella podrá caminar sin miedo. Me aferro a la esperanza de que ella y que todas las que vendrán después no tengan que demostrar su valía una vez más y que el mundo ya haya entendido quién son, sin exigirle pruebas.

Porque si algo me han enseñado las mujeres es que son piezas moldeables de un gran puzle que cambia con el tiempo. Se adaptan, encuentran el modo de encajar sin perder su esencia. Los hombres, en cambio, solemos ser piezas rígidas, una forma que encaja o no. Y quizá ahí radique nuestra mayor enseñanza: aprender a flexibilizarnos, a escuchar, a construir juntos.

Estoy convencido de que el mundo no está completo si falta un fragmento, y ese fragmento siempre ha estado ahí, siempre ha sido la mujer que, al igual que el hombre, juntos conforman una realidad. Tenemos que concienciarnos. Nos toca a todos, como sociedad, resolver el rompecabezas, asegurarnos de que cada pedazo, cada historia, cada voz tenga su lugar. No basta con reconocer la deuda histórica; debemos pagarla con acciones, con respeto, con equidad. Y si algo tengo claro, es que quiero que mi hija crezca en un mundo donde todos los trozos encajen sin tener que limar sus bordes para ser aceptados. Ya sean mujeres o hombres. Y si hay que alzar la voz, seguiré haciéndolo. Y lo haré con rotundidad, sin dejar de decir lo que pienso, porque si hay respeto por los demás estaremos cimentando los pilares de nuestro futuro.

Y después de todo lo que he dicho, son capaces de engendrar vida, de entregar su cuerpo para que esta especie siga pensando si realmente son necesarias o no.

Yo no tengo dudas, ¿y vosotros?

 

Julián García Gallego —Sin palabras mudas—   08-03-2025

 

 


viernes, 14 de febrero de 2025

Me presento


 

Día de San Valentín ( obra: Me presento) Julián García Gallego

*Me presento*

No sé si me conocéis, en muchas ocasiones visto ropajes que no me distinguen. Soy quien sostiene el hilo invisible que ata los corazones. Me llaman Cupido, Eros, San Valentín. También me llaman Susurro, Flecha, Pasión. Soy el eco de una promesa susurrada en la piel, el temblor en los labios antes del primer beso, la certeza de que nada importa más que el roce de unos dedos buscándote en la penumbra.

Mi arco no falla. Mis flechas no distinguen entre reyes y mendigos, entre poetas y soldados. Puedo hacer de un suspiro un incendio, de un roce una condena. Soy la fuerza que quiebra voluntades, la fiebre que hace girar el mundo. Lanza mi nombre al viento y oirás mil historias enhebradas por mis telares: el del que amó hasta la locura, el que esperó hasta la muerte, el que dio todo sin recibir nada, ellos y ellas tendrán motivos para hablar. Porque yo soy el que da y el que arrebata. Soy la embriaguez de los sentidos, el fervor de la entrega, el vértigo del deseo...

Julián García Gallego -Sin palabras mudas-  14-02-2025


sábado, 12 de octubre de 2024

Salud mental

 



Salud mental (Día internacional de la salud mental)

El miedo a las enfermedades mentales es como un velo oscuro que cubre nuestra capacidad de comprensión. Nos asusta lo que no podemos ver, lo que no deja una marca visible, pero causa un dolor que atraviesa lo más profundo de nosotros mismos. La depresión, la ansiedad, el trastorno obsesivo-compulsivo o la bipolaridad son términos familiares, pero su verdadero peso nos resulta extraño. Es difícil comprender lo que no se percibe con los sentidos. Aquellos que no las padecemos solemos creer que estamos a salvo, como si estos trastornos fueran ajenos a nuestra vida cotidiana, pero ignorar esas luchas no hace que desaparezcan.

Nos cuesta ponernos en la situación de quienes viven con esos monstruos invisibles, porque tendemos a minimizar los síntomas sutiles. Sentimos la presión por alcanzar la perfección o el miedo al silencio como algo normal, pero muchas veces, esas sensaciones forman parte de una realidad compartida y más profunda de lo que pensamos. Lo desconocido genera rechazo y ese rechazo nos aleja de la comprensión, aunque no de la realidad. Lo que necesitamos es hacer visible lo invisible, abrir bien los ojos ante las luchas internas de aquellos que parecen llevar una vida como la nuestra, pero que enfrentan batallas que no alcanzamos a imaginar.

Durante siglos, las enfermedades mentales se han rodeado de misticismo, de una oscuridad incomprendida que les confería un aire de peligro o algo exótico. Sin embargo, detrás de esos mitos, hay personas que luchan diariamente contra un caos mental que no pueden controlar. Mientras nosotros, los mal llamados "sanos", las observamos como si fueran algo lejano, esas realidades se vuelven cada vez más cercanas. El miedo a que ese desorden mental nos alcance es, en parte, lo que nos aleja de la empatía. Pero, ¿cuántos de nosotros no hemos experimentado síntomas que ignoramos, creyendo que sólo personales y únicos?

Es revelador pensar en personas célebres que han pasado por estas luchas invisibles, como la escritora Virginia Woolf, que combatió con la depresión y la bipolaridad a lo largo de su vida, o el cantante Kurt Cobain, quien luchó contra la ansiedad y la depresión hasta su trágico final. También, actualmente, figuras públicas como el futbolista Álvaro Morata han hablado de su batalla con la ansiedad y la depresión, compartiendo el impacto que estas enfermedades tienen incluso en aquellos que parecen estar en la cima de su carrera. Además, la actriz Emma Stone ha hablado abiertamente sobre sus luchas con la ansiedad, mostrando que este tipo de problemas no nos distingue entre clases, talentos o fama. Todos somos vulnerables.

El amor y la empatía son el único camino para romper esas barreras. No podemos seguir mirando hacia otro lado. Es esencial invertir en la investigación, en desmitificar lo mental, en comprender que la mente también puede enfermar. El conocimiento es la única herramienta que puede aliviar esos miedos. Invertir en investigación y comprensión no sólo es una cuestión de salud mental, sino de humanidad. Porque, al final, todos somos vulnerables ante los laberintos de nuestra mente. Sólo con el cariño y el apoyo mutuo podremos sanar, como sociedad.

 

Julián García Gallego —Sin palabras mudas—  10-10-2024


sábado, 18 de mayo de 2024

En la sepultura de mis deseos

 


Desde la sepultura de mis deseos

Hoy me despido de ti. Sé que hemos pasado tanto tiempo juntos que se va a hacer duro no volver a vernos, pero es lo que prometí cuando me regalaste la última bofetada emocional y puse fecha de caducidad para este día. Aquella mañana, no lloré, tan solo cerré los ojos y encogí las piernas, asustado igual que un perro que busca el perdón de su amo. No entendí qué había de malo en mí, buscando la respuesta correcta para las acusaciones que gritabas desde el fondo del pasillo.

Tus reproches fueron losas que aún ponen techo a este cobarde que llevo dentro, y que continúa llorando al saber que fui tu mayor error; sin embargo, te sigo queriendo en secreto, sin decirte a la cara que este niño nunca te mirará con odio, pero sí con tristeza. Todavía espero un abrazo, ese abrazo que nunca llegó y que pululaba entre tu ira y la vergüenza de tener una descendencia no apta para tu generación.

A veces, las lágrimas quieren brotar, hacerse visibles, demostrarte que mi sangre no es menos roja que la tuya. A todo eso, desistí hace años; eran ridiculeces, pero sigo metido dentro del cascarón que me ha protegido desde que me acorralaban los insultos a la salida del instituto. Los recuerdo con miedo: se hacía el vacío y nadie salía a defenderme; un dedo me señalaba y muchas caras conocidas rehuían el enfrentamiento contra el cabecilla del aquelarre al “marica”. Entonces, corría para refugiarme en mi habitación, un lugar seguro, en el que el hombre que vivía en mi capa exterior soñaba con besar a su mejor amigo, todo en secreto, no fuera que el desviado les contagiase la enfermedad del “amor libre”.

Debajo de esta costra de heridas mal curadas, sigue latiendo un corazón debilitado por tantas batallas diarias, sonrisas y poses que no muestran el dolor que he sufrido y que pienso que jamás dejarán de supurar el líquido viscoso de una sociedad que se recubre de comprensión, cuando realmente seguimos señalados con dianas que van ocultas en las miradas, y que no se expresan por cumplir con el nuevo halo de "todos somos iguales".

En mi círculo, estoy confortable: nuestros guetos se han levantado con esfuerzo y la visibilidad del colectivo LGTBIQ+ es una realidad, aunque las cloacas siguen con el mismo olor putrefacto de siempre. Y, aunque parezca lo contrario, yo no me siento realizado, porque todavía sigo anclado en aquel pasillo de mi adolescencia, esperando que mi padre se acerque a mí y me abrace, que extienda sus brazos y me devuelva la sensación de que ese bebé primogénito, que nació para llenar su hogar de ilusiones, fue el mejor regalo que le entregó su matrimonio. Ansío, con ternura y pasión, sus besos y aquellos juegos en el parque que se interrumpieron cuando su hijo “Mario”, un servidor, giró hacia un camino que para él era el equivocado. «¡No, por Dios, un maricón no, antes la muerte!».

Es raro, pero después de tantas banderas y símbolos ondeados al viento, lo cambiaría todo porque ese “capullo”, que yace desde hace tres años en su lápida, me dijera «te quiero, hijo».

Como te decía al principio, he venido a despedirme de ti, a dejar estas rosas y a empezar a andar sin el lastre que destroza el alma. Simplemente a pasar página y a respirar sin el peso de la culpa de haber volado libre estos últimos años. Espero que esta tierra, húmeda y sabia, consiga que esa cabeza tuya reconozca que amar es lo más bello de este planeta, pues nada se le puede comparar.

¡Adiós, papá! Se despide de ti la persona que más te ha querido en este mundo.

 

Julián García Gallego —Sin palabras mudas—  


martes, 14 de mayo de 2024

Sin aliento

 Sin aliento 


(para escuchar el relato, pulsar sobre la foto)


Sin aliento" es un sentimiento narrado en voz alta, una manera de liberar esos miedos que nos envuelven y atenazan.
Es un texto original y que busca, por medio de preguntas y dudas, ese lugar en el que residen las dudas y a la vez la esperanza

El día de la mujer ¡No sois invisibles!

  El día de la mujer ¡No sois invisibles! Desde siempre, las mujeres han sido el hilo invisible que trenza mi historia. Me han acompañado ...