No me digas cómo debo morir, porque he aprendido a despedirme
de mil formas diferentes. No sabría decirlo sin dañar el pasado que nos unió,
pero sí me gustaría que fuese en silencio. El bullicio no me agrada, de hecho, me
inquieta tener que dar explicaciones de mi decisión. Cuando estuve cautiva de
esta enfermedad, nadie tuvo el valor de mirarme a los ojos: buscaron excusas
que solo engañan al farsante.
Me pienso entregar sin pelear, pues ya no tengo fuerzas para
sonreír. Fingí para impedir el dolor de otros corazones. Pero ahora es el mío
el que conoce su destino y prefiero olvidar los errores que suceden por permanecer
callada: ha llegado el momento de bajar los brazos, de irme y saludar al
enemigo con dignidad.
Bajo el colchón reposan las palabras escritas que no me
atreví a enviar. Cerré los sobres, humedecí el sello y estuve a punto de
dejarlas llegar a su destino, y, al final, preferí que la casualidad se
divirtiese una vez que estuviese muerta. Puede que las hallen, o quizás no,
pero ya no me importará: para ese día yo ya estaré descansando, recuperando el
aliento que durante años me privó de ser la de antes.
¡Estoy lista, coge lo que vienes a buscar! Te llevo esperando
demasiado tiempo.
JYDC (Sin palabras mudas)
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