El ronroneo
Un maullido apagado se ha propuesto llamar mi atención a
altas horas de la madrugada. Al principio lo he dejado pasar, convencido de que
sería el transcurso de los minutos el que alejaría sus lamentos de mis oídos.
Tras varios giros para coger la posición, la intriga por conocer la procedencia
se ha apoderado de mi cabeza, ya solo tenía como única misión hallar la gatera
que acogía tanta efervescencia nocturna.
No he calzado mis pies, lo que me ha permitido avanzar con
más sigilo, y así pillar por sorpresa al gato juguetón. Los quejidos, casi
llantos, no se definían con claridad y se dispersaban por el ambiente sin poner
en alerta a la brújula de mi astucia. He ido dando vueltas sin un rumbo
acertado, pasando de habitación en habitación, y mi ruta turística por el piso
se ha detenido entre las flores del patio que, bajo el manto del rocío de la
luna, preparaban sus pétalos para extenderlos en cuanto llegasen los primeros
rayos de sol.
Estaba claro, me había alejado del origen del sonido que
desperezó mis sueños. Ávido por desentrelazar el secreto, he regresado sobre
las huellas que aún guardaban el calor del descanso. Un ruido seco me ha señalado
que mi nuevo lugar en el que indagar se hallaba tras la puerta de casa y, sin
dudarlo, giré la llave y me dejé llevar hasta las escaleras que conducían hasta
la planta 1 del edificio. «¡Vaya pinta que llevo, si alguien me ve voy a ser la
comidilla de la vecindad». Pero mi instinto ha sido más valiente que mi
vergüenza y he continuado en busca y captura del revoltoso cachorro.
En ese momento, al verme en mitad del descansillo del primer
piso, se han mezclado dos melodías totalmente diferentes, hacían un baile en el
aura, relajante y cautivador. Se me ha erizado la piel de lo maravillosamente
que iban compenetradas en la partitura: agudos y graves se divertían, y
parecían crear el lugar perfecto para conciliar el sueño. Me han llevado hasta
mi propio pasado, recuerdos repletos de paz y seguridad.
No podía dar crédito a que ese sentimiento tan íntimo, tan
puro y materno viniese de la puerta menos esperada de ese rellano. —Mis pupilas
no habían visto ese rastro, quizás despistado por el jolgorio que conlleva la
estación veraniega—. Pero había sucedido, Alicia y Juan Antonio habían recibido
uno de los regalos más espectaculares que conozco: eran un triángulo perfecto,
tres lados para sostener una nueva aventura, que los llevaría a nuevos planos
emocionales, tan diferentes a los que han vivido que les faltará espacio para
albergarlos. Tener entre los brazos algo así no se puede describir, empiezas a
ser otra persona diferente y que nada tiene que ver con la que fuiste, y creo
que jamás la vuelves a ser. Ese nuevo latido se sincronizará con los tuyos para
la eternidad y marcará de forma sublime tu futuro.
Cuando estaba a punto de marcharme, feliz por su nuevo
retoño, una dulce canción de nana ha entrado en escena para cautivarme. Me he
visto en la tesitura de tener que elegir entre marcharme o agudizar mi dotes
felinos. Por mucho que me cueste reconocer, mi cerebro a elegido la forma menos
decorosa y me he deleitado con los últimos versos que han conseguido dormir a
la pequeña Alicia. Sí, Alicia, ese era su nombre, y lo he podido escuchar
cuando su mamá la dejaba plácidamente en su cuna. «Dulces sueños, peque. Te
quiero, Alicia». Después, todo se ha quedado en silencio.
Una vez que me he vuelto a tapar con la colcha, una sonrisa fija
de alegría se ha quedado en mi rostro; era el genial reflejo de tener a un
nuevo miembro en la comunidad. Y no era uno más, era nada más y nada menos que
uno de esos que traen ilusión y esperanza…
JYDC (Sin palabras mudas)
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