viernes, 31 de marzo de 2023

El ronroneo


 

El ronroneo


Un maullido apagado se ha propuesto llamar mi atención a altas horas de la madrugada. Al principio lo he dejado pasar, convencido de que sería el transcurso de los minutos el que alejaría sus lamentos de mis oídos. Tras varios giros para coger la posición, la intriga por conocer la procedencia se ha apoderado de mi cabeza, ya solo tenía como única misión hallar la gatera que acogía tanta efervescencia nocturna.

No he calzado mis pies, lo que me ha permitido avanzar con más sigilo, y así pillar por sorpresa al gato juguetón. Los quejidos, casi llantos, no se definían con claridad y se dispersaban por el ambiente sin poner en alerta a la brújula de mi astucia. He ido dando vueltas sin un rumbo acertado, pasando de habitación en habitación, y mi ruta turística por el piso se ha detenido entre las flores del patio que, bajo el manto del rocío de la luna, preparaban sus pétalos para extenderlos en cuanto llegasen los primeros rayos de sol.

Estaba claro, me había alejado del origen del sonido que desperezó mis sueños. Ávido por desentrelazar el secreto, he regresado sobre las huellas que aún guardaban el calor del descanso. Un ruido seco me ha señalado que mi nuevo lugar en el que indagar se hallaba tras la puerta de casa y, sin dudarlo, giré la llave y me dejé llevar hasta las escaleras que conducían hasta la planta 1 del edificio. «¡Vaya pinta que llevo, si alguien me ve voy a ser la comidilla de la vecindad». Pero mi instinto ha sido más valiente que mi vergüenza y he continuado en busca y captura del revoltoso cachorro.

En ese momento, al verme en mitad del descansillo del primer piso, se han mezclado dos melodías totalmente diferentes, hacían un baile en el aura, relajante y cautivador. Se me ha erizado la piel de lo maravillosamente que iban compenetradas en la partitura: agudos y graves se divertían, y parecían crear el lugar perfecto para conciliar el sueño. Me han llevado hasta mi propio pasado, recuerdos repletos de paz y seguridad.

No podía dar crédito a que ese sentimiento tan íntimo, tan puro y materno viniese de la puerta menos esperada de ese rellano. —Mis pupilas no habían visto ese rastro, quizás despistado por el jolgorio que conlleva la estación veraniega—. Pero había sucedido, Alicia y Juan Antonio habían recibido uno de los regalos más espectaculares que conozco: eran un triángulo perfecto, tres lados para sostener una nueva aventura, que los llevaría a nuevos planos emocionales, tan diferentes a los que han vivido que les faltará espacio para albergarlos. Tener entre los brazos algo así no se puede describir, empiezas a ser otra persona diferente y que nada tiene que ver con la que fuiste, y creo que jamás la vuelves a ser. Ese nuevo latido se sincronizará con los tuyos para la eternidad y marcará de forma sublime tu futuro.

Cuando estaba a punto de marcharme, feliz por su nuevo retoño, una dulce canción de nana ha entrado en escena para cautivarme. Me he visto en la tesitura de tener que elegir entre marcharme o agudizar mi dotes felinos. Por mucho que me cueste reconocer, mi cerebro a elegido la forma menos decorosa y me he deleitado con los últimos versos que han conseguido dormir a la pequeña Alicia. Sí, Alicia, ese era su nombre, y lo he podido escuchar cuando su mamá la dejaba plácidamente en su cuna. «Dulces sueños, peque. Te quiero, Alicia». Después, todo se ha quedado en silencio.

Una vez que me he vuelto a tapar con la colcha, una sonrisa fija de alegría se ha quedado en mi rostro; era el genial reflejo de tener a un nuevo miembro en la comunidad. Y no era uno más, era nada más y nada menos que uno de esos que traen ilusión y esperanza…

 

JYDC (Sin palabras mudas)


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