jueves, 8 de febrero de 2024

Carta de un amigo…


 

Carta de un amigo…

No sé cómo despedirme. Busco palabras sencillas para que esto no sea doloroso. Sin embargo, estoy atenazado y confuso. Solo encuentro paz cuando paseo por los surcos agrietados y sedientos de las tierras que labro desde hace décadas. Cuando echo una mirada a las suelas de mis botas, tras de mí queda una estela que devuelve los mejores recuerdos que puedo tener: unas vides colmadas de racimos de uva, olivos resplandecientes, espigas doradas por el sol, matas verderonas a punto de dar la recompensa de la temporada, girasoles embobados por la bola de fuego del cielo, hileras interminables sembradas de ajos y el sabor a una labor de meses recompensada.

Mi corazón no para de latir, implorando otra oportunidad. ¿Cómo dejarte y empezar otra vida? No puedo asumirlo; pero así no puedo continuar: las deudas se han apoderado de nuestro futuro. No consigo conciliar el sueño, y ya no soy el mismo que aprendió a trabajar estos campos de la mano de mi padre y abuelos. Amo cada centímetro de estas parcelas. En mis retinas tengo grabado un álbum familiar de cada planta que sembré, de cada siega, de cada cosecha; de cada “pedriza” que devoró el grano de trigo tras las tormentas. Recuerdo las risas y carcajadas en el almuerzo, los dolores de espalda después de largas jornadas viendo salir el sol y ponerse al final de la tarde, los besos y abrazos al descubrir los primeros pasos de mis hijos entre la azada y la espuerta. Son incontables, mezcla de sudor y tristezas; simplemente una vida entera.

Hace días que me levanto solo para pasear; he descubierto que el aroma de la mañana logra tranquilizarme. Mientras camino, sigo preocupado; ya no nos alcanza para llenar la alacena, y las facturas ocupan más espacio del que mis ahorros pueden cubrir. Hoy he tenido una extraña sensación: el mismo tomate que mal vendí hace unos días ha regresado a casa para saludarme. Estaba cambiado, relucía y brillaba como una pintura al óleo. Sabía que era uno de los que cultivé en mi huerto. ¿Quién no reconoce a sus propios hijos? Menuda sorpresa, él ha renegado de mí, como si dijera: «¡Tú no eres nada mío, no te conozco! Entonces he sido capaz de percatarme, había viajado y su personalidad manipulada; un hijo pródigo que tenía un valor desorbitado: cinco veces más del que logré por criar, mimar y transportarlo.

Fue la misma impresión que tengo con todo. Trabajo hasta la extenuación, y no me quejo por ello. Soy agricultor y en mis huesos llevo este legado desde hace generaciones, pero ya no me permiten vivir de ello. Noto que la angustia es un arma demasiado afilada como para jugar con ella; me está afectando en mi forma de ser. Casi siempre estoy enfadado y, por mucho que quiero razonar, las ideas se agotan.

Al principio, quise dejar el campo, pero voy a intentarlo una vez más.

Quiero pedir perdón por los problemas que pueda causar, espero comprensión de las personas que se vean afectadas por mi decisión y cruzaré los dedos para que cuando regrese al pueblo, algo haya cambiado.

¡Voy a protestar! Sacaré mi tractor de los caminos y, con el resto de mis compañeros, intentaremos hacernos oír entre las calles de las ciudades y carreteras. Continúo enamorado de nuestros campos, porque son de todos, y quiero defenderlos de aquellos que no valoran lo importante que es la agricultura.

Pido perdón de nuevo.

 

 

Julián García Gallego (Sin palabras mudas) 07-02-2024

No hay comentarios:

Publicar un comentario

El día de la mujer ¡No sois invisibles!

  El día de la mujer ¡No sois invisibles! Desde siempre, las mujeres han sido el hilo invisible que trenza mi historia. Me han acompañado ...