Más maña que aire
Como cada mañana, Antuan se dirigía a su puesto de trabajo.
Dejaba su petate a pies de su gran torre eólica y con todo su entusiasmo
lanzaba sus palabras a los cielos. Intentaba ser lo más efusivo posible, provocando
sin parar a los dioses del aire. Desafiando a cualquiera que se creyese capaz
de derribarle y lanzarle al suelo. Transformaba su papel de actor en una
representación perfecta. Digna de los premios dorados que se otorgan en la
alfombra roja. Ni el afamado Capitán Trueno lo hubiese hecho mejor.
Allá, en las calmadas nubes, siempre picaba algún engreído,
de esos que pueblan la troposfera, aceptando el reto y preparando sus soplidos
para vencer a nuestro avispado héroe.
En breves instantes se desataban las iras en forma de
viento. Con cada arrebato huracanado las inmensas aspas giraban produciendo
energía. Una y otra vez, sin parar, volviendo loco al que se detuviese a
observar la escena.
Desde el cielo, el enfurecido y enojado Eolo hinchaba sus
mofletes lanzando sapos y culebras contra el humano provocador. De esa manera
le devolvía el envite. Defendiendo su trono junto a Zeus. Demostrando a su
padre su poder, ¡por algo le nombró!
Unos cientos de pies más abajo, en la tierra y protegido
tras su torre, tan alta como la Giralda, nuestro intrépido trabajador se
frotaba las manos.
Antuan, sonreía, ¡objetivo cumplido! Un día de trabajo
reducido a unos minutos. Y todo gracias al orgullo de los que se creen el centro
del universo.
Solo le faltaba una cosa. Una sencilla reverencia, pero con
toda la ironía posible para su contrincante. Dejando así el terreno labrado para
el día siguiente. Pues, según cuentan: “siembra vientos y recogerás
tempestades”.
Antuan había terminado por ese día. Podía regresar a casa
con la tarea realizada.
JYDC (Sin palabras mudas)
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