En la soga de los suyos
«Pensaba que aquellos en los que había basado mis
valores no serían el ejemplo contrario».
Así comenzó el argumento el reo, con la mirada
fija en aquellos que juzgaban su supuesto delito. Les observó durante unos
instantes. Acto después, se levantó del banco que retenía sus ansias por huir
de allí. Nadie le ataba, ni le entorpecía, para que no se defendiese. Para
ellos ya estaba condenado, sin opción a ello.
Bajo cabeza hasta la altura en donde podía ver la
punta de sus botas, agrietadas por el camino que habían recorrido. El leve
temblor de sus manos, casi imperceptible, reflejaba hasta dónde había llegado
la puñalada. Se desangraba sin señales del líquido derramado, pero, por esa
pequeña herida, se le escapaban todos aquellos valores en los que había siempre
creído. Aturdido.
Así, con los puños apretados, contuvo todas las
palabras que deseaba lanzar, mordiéndose la lengua.
Evitó responder a la ofensa con la misma forma
cruel a la que le habían sometido, sin posibilidad a réplica. Fue duro atar la
venganza que le pedía su interior, pero la última respiración sosegada le
permitió coger las riendas de sus instintos. Regresó a la posición erguida de
su cuerpo y comenzó a andar hacía la salida.
En cada paso que le alejaba, de esos que fueron
sus cimientos, se le iba reforzando una idea:
«No todos los que te ayudan a ser lo que eres son
merecedores de tenerlos como ídolos para siempre, ellos también se equivocan y
comenten errores».
Pensó que no era el momento de alzar la voz para protegerse.
Mañana sería otro día, con nuevos objetivos por cumplir y quizás con otras
amistades. Pues, a fin de cuentas, esos no eran tales.
JYDC (Sin palabras mudas)
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