sábado, 19 de marzo de 2022

Ante la última oportunidad de pedir perdón

 


En la soledad de la lúgubre tristeza, me despido de ti, tal que si me lacerasen el alma. Sé que ayer odiaba todo lo que me traía recuerdos sobre nosotros, pero entonces no sabía que jamás te volvería a ver. Tampoco pensé que el guion, en el trigésimo acto, detendría la escena en seco y la dejaría en puntos suspensivos, y que eliminaría tu papel de protagonista. No sé cómo retroceder y pedir perdón por tantos agravios cometidos, pues siempre pensé que podría arrepentirme, colocar bálsamos que aliviasen las ofensas que ambos dejamos crecer, como se hace con el desprecio y la desgana. Duele, y lo hace porque yo te amaba, y la única e injusta manera que tuve para afrontar tu rechazo fue alejarte de mí, para protegerme. ¡Maldito ego!, me hizo emborronar una amistad, cubriendo de insultos todo lo que tú me diste. No supe poner las ideas en su sitio, dejé entrar a los fantasmas que devoran la razón, y ahora no hay vuelta atrás.

Sentada en el último banco, escondida como un animal herido, observo tu féretro cubierto de destellos multicolores, flores de amigos y seres queridos. Y yo con ganas de gritar. Me encuentro aturdida por haber permitido este alejamiento, del que me encargué de adornar con escenas de niñata mimada. Pataletas dramáticas, que solo me pusieron en evidencia a mí. No soy capaz ni de alzar la mirada, rehúyo la posibilidad de que me reconozcan. Aunque sé que todos saben que estoy aquí, ¡cómo iba a faltar la desequilibrada! Nadie me dirige un gesto, y lo entiendo.

Debería marcharme y llorar en privado, pero creo que te lo debo. Quizás sea la única cosa buena que he hecho en los últimos años. Voy a mantenerme firme, con respeto, y no voy a reaccionar a las posibles embestidas. Aunque soy consciente de que me las merezco. Tú no dejaste de consolarme, de anteponer nuestra amistad a este huracán cegado por la envidia en el que me he convertido. Toda esa familia que te arropa fue una vez mía, besos y caricias que aplacaban las ansias de mi corazón. Hoy en día, solo son personas desconocidas a las que me encargué de apartar con odio y desesperación. Mi rostro refleja el agotamiento, se dedica a marcar las arrugas que ocasiona el dolor, y las acentúa con estas espantosas lágrimas, que encima dan la sensación de ser de cocodrilo, todos creen que son falsas. ¡No soporto pertenecer a este cuerpo, me cambiaria por ti sin dudarlo!

El cementerio se ha ido quedando desnudo, en silencio. A tu padre le ha costado dejarte encarcelado dentro de ese nicho de aislamiento, pero la insistencia de tu hermano le ha alejado, no sin antes mirarme de reojo. No me ha apuñalado con la mirada, al contrario, he sentido compasión en su cara. Creo que ha sido el único que me ha transmitido empatía, sé que sabe que yo amaba a su hijo con toda mi alma y que la mala estrella fue la que truncó todo, que dotó de tintes horribles la relación. ¡Si es que se me puede llamar mala estrella!, creo que me merezco el sobrenombre de “lucero de la muerte”, cruel y desalmada. Estos celos que corroen mi interior arrasan con todo, quemando como el napalm, no entienden de sentimientos, y mucho menos de enamorados.

Con pasos asustados me he acercado hasta donde descansas. El sudor frío se ha apoderado de mí, entumecida y temblorosa, no soy capaz de articular palabra. Estas malditas gotas saladas se han empeñado en enturbiarlo todo, se divierten conmigo, apuñalando cada intento de pedirte perdón. Me ahogan, llenan de líquido mi garganta y me hacen toser, retuercen las sílabas que intento ligar para rendirte mi perdón. Frases que ahora no sirven de nada, sé que las cosas se deben hacer en vida, no cuando estás enjaulado en una caja de madera que sella tu respuesta.

¡Ya está ahí la loca!, seguro que lo ha pensado el enterrador, que es el único que queda. Mañana irá con la comidilla a todo el pueblo. «Allí se presentó, sin vergüenza alguna. Con un vestido de luto, ¡Como si le importase! No tubo ni una pizca de decencia» La verdad, le entiendo, yo pensaría lo mismo si estuviese en su situación. Sin saber toda la historia, sin conocer que de dentro de mí se ha ido la única persona que me importaba. Seré la perturbada esa, la que lleva años detrás de una sombra del pasado, pero me resbala.

Cuando abra este pequeño frasco voy a empezar a soñar con hacer las cosas mejor. Un diminuto paso para liberarme y descansar, ¡no puedo más! Esto no es vivir, es estar condenada, esposada a un futuro que nunca tornará a mi favor. Serán unas gotitas de salvación para mí, amargos recuerdos de un paseo que no supe disfrutar y al que no le debo más que sufrimientos, y la mayoría engendrados por mi forma de ser. No puedo juzgar a los que me lo dieron todo, fui yo, y nadie más que yo.

No pensaba que fuese a ser tan rápido, se me cierran los párpados. En breve habré logrado uno de mis deseos, aunque a costa de titulares y cuchicheos para el resto de la eternidad. Otra cosa en la que voy a volver a ser egoísta, solo pensando en mí. ¡No iba a ser menos, mis últimos alientos y son para humillarte aún más! 

«Suicidio por amor. Un veneno pasional acaba con la vida de una mujer a pies de la tumba de su antiguo novio de la juventud» 

Así rezarán las portadas de la prensa sensacionalista, o quizás solo algún recorte de periódico. Tengo tan mala prensa que no valgo ni para noticia de la semana. Si tengo suerte, algún columnista me dedicará unos párrafos comparando la escena con Romeo y Julieta, tramas de amores no correspondidos y bocetos de devaneos amatorios que atraerán a los apasionados por las tragicomedias y los melodramas, más típicos de obras teatrales de épocas ancestrales.

… Han pasado unos segundos y ya no siento casi nada, he dejado de notar las extremidades. Oigo mis pulsaciones, son igual que golpecitos en el fondo de un pozo.  Sé que son las postrimerías del final. En breve todo será un mal recuerdo, y espero que sea así, que deje de percibir todo este sufrimiento al que no he llegado a acostumbrarme. El aire que recorre mis pulmones se ha ralentizado, intuyo cómo se reparte por cada célula de mi cuerpo, pero lo hace a trompicones. Son mis las últimas bocanadas de aire fresco y le doy gracias a Dios. Ya no podía más…



JYDC (Sin palabras mudas)

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